ANALISE (título provisional)

CAPÍTULO 3

   Se le esfuma el último resto de culpabilidad, no dejará escapar esta baza, aunque tenga que ser la persona más vil de la ciudad.
   

   Analise mira su reloj de pulsera por tercera vez en los últimos cinco minutos. Lleva esperando dos horas en el viejo bar que se encuentra justo enfrente del bufete. Nadie ha salido,nadie ha entrado.
   
   
Se extraña sólo de pensarlo. Normalmente los ayudantes y secretarios danzan fuera y dentro del edificio constantemente, pero hoy es diferente. Por un momento le embarga la duda: ¿y si Nathan los ha avisado, y es una trampa? No, sacude la cabeza, y expulsa de su mente el miedo. No puede ser débil, no ahora con esta gran oportunidad.

   Continúa observando el edificio mientras exprime un café solo mediocre que ha pedido en el bar para justificar su estancia. Esperará allí hasta que vea salir a Nathan o hasta que cierre el bar. 

   En el cristal por el que observa se perfila su figura. La capucha dibuja una forma alargada sobre el cristal, el pelo enmarañado se cuela por las rendijas de la capucha y le tapan parcialmente la cara.

   En definitiva, su aspecto es pésimo, pero tiene la ventaja de que el bufete está en un barrio pobre, por lo que a nadie le extraña el aspecto desaliñado de Analise.

   - Hola, preciosa...- Analise oye una voz masculina detrás de ella.- ¿Quieres una cervecita?

   - No- contesta ella secamente, sin girarse.- No quiero compañía.

   - ¿Por qué?¿te asusto, preciosa?- su voz se torna burlona, y habla lentamente.

   -Primero, no me llames preciosa. Segundo, no me asustas. Te aconsejo que te vayas a buscar a otra más fácil, conmigo no vas a conseguir nada.- Analise termina de hablar y observa los restos de café que se han quedado al fondo de la taza blanca. Se levanta a llevar la taza a la barra y pagar, en parte para deshacerse del hombre, y en parte para estirar las piernas.

   Cuando vuelve a la mesa, el hombre ha desaparecido. Alza la vista al edificio, que había descuidado mientras se dirigía a la barra, y por fin ocurre algo. La gran puerta de madera se abre, y del edificio sale una mujer de unos cuarenta años, con unos tejanos ajustados y una americana oscura. Lleva el pelo rubio sujeto en una coleta. 

   La mujer revisa toda la calle con la mirada, y mueve nerviosamente las piernas. De repente, fija la vista al lado izquierdo de la calle y empieza a andar rápidamente hacia allí. Analise se da cuenta en seguida de que algo no va bien, el comportamiento nervioso de la mujer la pone alerta.

   Es la hora de actuar, piensa mientras se levanta y sale del bar. Debe decidir si seguir a la mujer o intentar entrar en el edificio. Valora todas las posibilidades. Al final, se decanta por seguir a la mujer rubia.

   Analise mira en la dirección que ha tomado la mujer, pero no distingue su figura. Empieza a correr, mirando en todos los callejones y todos los taxis que encuentra, hasta que da con un coche todoterreno plateado aparcado en un parking donde distingue una manga de americana oscura colgando del hueco que deja la ventanilla abierta. De la mano, caen unas gotas de sangre al suelo.

   Con mucho cuidado, Analise entra en el párking evitando mirar hacia las cámaras. Se baja aún más la capucha, y saca del bolsillo un cuchillo de cocina que ha cogido de la habitación del motel. Todas las precauciones son pocas.
   
   
Hace un rodeo por las filas del coche, siempre manteniendo una distancia para poder escapar ante cualquier peligro. Dentro del coche, en el asiento del copiloto, la mujer rubia que ha salido del edificio apoya la cabeza de una forma antinatural contra el panel de mandos. Analise se teme lo peor.

   Se acerca al coche con el cuchillo medio escondido entre los pliegues de la sudadera negra. La mujer no se mueve, está inerte, como si alguen hubiera dejado a su merced un muñeco viejo. Analise sustituye los cómodos mitones por guantes integrales de cuero, y extiende la mano libre y aprieta la muñeca para buscar su pulso.

  Está muerta, como se temía. Mira dentro del coche, y comprueba que las puertas están abiertas. Abre la del piloto, y registra el coche. Hay pocas esperanzas de que quien lo haya hecho deje alguna pista, pero nunca está de más mirar por si acaso.

   Empieza a registrar, con cuidado de no dejar ADN, la guantera, los asientos traseros e, incluso, el maletero. El todoterreno está limpio y perece que no va a conseguir nada, sin embargo, es en la víctima dónde encuentra algo.

   
Del bolsillo derecho de la americana, saca un trozo de papel enrollado. Al examinarlo de cerca, observa unas marcas en el papel. Con dificultad, lee lo que hay escrito:

    "Añorar el pasado es correr tras el viento."

   Un grito de sorpresa se forma en su garganta, pero consigue ahogarlo. No puede ser. No puede creer lo que hay escrito... podría ser una coincidencia, pero en el mundo en el que se sumió hace tiempo todo tiene una razón.

   Que ese proverbio ruso que ella tanto conoce haya aparecido en el cadáver de una mujer que trabaja para sus enemigos debe de significar algo. Es un mensaje dirigido a ella sólamente, y lo más importante: es alguien muy cercano a ella. 

   

 

   

 

 


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